Por Selma Muñoz Riaño
¡Hola, amigos de Xalapeñísima!
¿Quién nos iba a decir que al publicarse este número de la revista íbamos a estar con nuestra acostumbrada realidad puesta de cabeza y que una maraña de sentimientos e informaciones encontradas iba a acompañarnos cada día?

Cuando a finales de diciembre de 2019 comenzamos a escuchar en los medios de comunicación que en China había surgido una epidemia a causa de un nuevo virus, no creíamos en la posibilidad de que el CoVid 19 fuera a alcanzar a Europa y mucho menos al continente americano. Pensamos que se trataba de una enfermedad que sólo afectaría a aquel país donde se consumen animales raros como murciélagos o pangolines. Para febrero, el virus -que no conoce frontera alguna- ya estaba causando grandes estragos en el norte de Italia y en Tirol del Sur. Austria, mi país de residencia, colinda con Tirol del Sur, y era evidente que el virus empezaría a propagarse por lo menos en el suroeste del país.
Aun así, muchos queríamos creer que no nos afectaría: es de humanos negar la realidad sobre todo cuando se trata de una enfermedad que puede llegar a ser mortal. Y así, mi esposo que siempre se ha caracterizado por su lógica y su inteligencia, me decía cosas como: “El CoVid 19 es un tipo de SARS (SARS-CoV-2 es el nombre oficial) y ya vivimos una epidemia de SARS en el 2002 y no fue grave; parece que es simplemente como una gripe e incluso menos peligroso que la influenza”.

Hay que aclarar que en Austria mueren alrededor de 1000 personas de gripe (influenza) al año y los virólogos, en febrero, decían que el CoVid 19 era menos peligroso que la influenza. Ese ha sido el problema con esta enfermedad: los científicos han tenido que ir conociendo al virus y al principio no coincidían ni siquiera en un tratamiento efectivo.
Transcurrieron los días y nosotros continuamos viviendo nuestra vida normalmente, pero sin perder de vista lo que ocurría en Italia. A finales de febrero habíamos organizado un viaje a Bosnia Herzegovina. Yo tenía meses que deseaba visitar la ciudad de Medjugorje. Muchos de ustedes seguramente sabrán que Medjugorje es un lugar de peregrinación similar a la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México. Los sucesos marianos en Medjugorje son los más recientes en la historia de la humanidad. Fue en junio de 1981 cuando la Virgen se apareció a un grupo de adolescentes a quienes estuvo dictando mensajes de amor y exhortando al ayuno semanal y a rezar diariamente el rosario. También les pidió, especialmente, que rogaran por el fin de la guerra que entonces asolaba a Bosnia Herzegovina. Desde entonces, al santuario de Medjugorje han acudido, anualmente, más de dos millones y medio de personas. Hay miles de casos de conversiones y de católicos que ven renovada su fe; de hecho, se le llama el “confesionario del mundo”. Mucho tiempo fue motivo de grandes polémicas, pero en 2019 fue finalmente reconocido por el Papa Francisco como lugar oficial de peregrinación.
Pues bien, había convencido a mi esposo, de llevarme hasta ese lugar. Y, de pronto, la duda me asaltó: “El CoVid está muy fuerte en Italia, los expertos dicen que es sumamente contagioso y yo me quiero lanzar a un lugar donde habrá cientos de personas de todo el mundo, ¿no es acaso una locura?” Mi marido me dijo: “O lo hacemos este fin de semana o no lo hacemos”. Así que decidí hacerlo, después de todo, ¿cómo me iba a infectar en un lugar en el que se aparece nuestra Señora, la Virgen María?
Salimos de Austria el 28 de febrero y estuvimos hasta el día 2 de marzo. Había gente de Croacia, de Estados Unidos, de Francia y un grupo de mexicanos con quienes asistimos a una misa celebrada en español. Por cierto, justo los días dos de cada mes, la Virgen se aparece ante la vidente Mirjana, a quien le dicta un nuevo mensaje. Mientras esperábamos junto a la cruz azul a que Mirjana llegara, caí en cuenta de que las personas que estaban junto a mí … ¡eran italianas! ¡Mujer de poca fe: ya me veía yo contagiada de coronavirus!
El mensaje de la Virgen ese día, 2 de marzo, fue el siguiente:
“Queridos hijos: su amor puro y sincero atrae a mi corazón materno. Su fe y confianza en el Padre Celestial son rosas fragantes para mí: son el ramo de rosas más hermoso, compuesto de sus oraciones, de obras de misericordia y amor.
Apóstoles de mi amor, ustedes que se esfuerzan por seguir sinceramente a mi Hijo con un corazón puro, ustedes que sinceramente lo aman, sean un ejemplo para quienes aún no han conocido el amor de mi Hijo. Pero, hijos míos, no sólo con palabras sino también con obras y sentimientos puros con los que glorifiquen al Padre Celestial.
No tengan miedo: por la gracia y el amor de mi Hijo estoy con ustedes. Les doy las gracias.”

Esa noche regresé renovada y tranquila a casa. Aún así, la razón me decía que había que tomar precauciones pues, como dice el dicho: “Dios dice, ayúdate que yo te ayudaré”.
Todavía el día 11 de marzo mi esposo se fue a un viaje de negocios a Alemania y mi hijo mayor se fue a Múnich a celebrar el cumpleaños de un amigo y terminó yendo a un concierto de rock. En retrospectiva, ambos viajes fueron una verdadera irresponsabilidad y catorce días vivimos con la angustia y la duda de si nos habíamos contagiado o no. En esos días no tuvimos contacto con nadie por prudencia y respeto a los demás. Afortunadamente, nadie en mi familia se contagió.
En el transcurso de esa semana comenzamos a ver al canciller de Austria y a su equipo de colaboradores casi todos los días en la televisión: al principio se habló de sólo cerrar las escuelas primarias, un día después se dijo que se cancelaban también las clases en la universidad. Para el viernes se sabía que todo el sistema educativo iba a cerrar.
Entonces, Sebastián Kurz, el canciller de Austria, habló a los ciudadanos diciendo que era necesario que nos quedáramos en casa.
Ese fin de semana comenzaron las compras de pánico, los supermercados se abarrotaron, se acabó el papel de baño, los anaqueles se veían vacíos, no había pastas ni pan, ni muchas latas… Se agotaron los desinfectantes de mano, no había jabón, ni líquido ni de barra… Había gente mayor que se asombraba y decía: “Esto es como en la guerra.” Se veía el miedo en los ojos de muchos, una señora joven, extranjera y seguramente de algún país de la antigua ex Yugoslavia me repitió: “Es como en la guerra”.
Regresé a casa y coloqué todo en la alacena, en el congelador, en los anaqueles. En el transcurso del día llegaron los hijos. Entonces me sentí tranquila. En mi interior di gracias a Dios por estar todos juntos y a salvo.
Para el lunes 16 de marzo se hizo un silencio extraño. En verdad: no se escuchaba el circular de coches ni el ruido de los aviones. El trinar de los pájaros se hacía más claro.
Mientras tanto, las noticias sobre Italia y España seguían llenando la televisión y la radio: en los hospitales no había cupo para tantos enfermos, había gente amontonada en los pasillos, se instalaron camas en los estacionamientos de los hospitales, se pusieron grandes tiendas de campaña para tanto contagiado que necesitaba atención médica. Se veían escenas de médicos exhaustos y enfermeras de rodillas rogándole a Dios que les diera más fuerza para poder continuar atendiendo a los pacientes. Como hija de médico que soy, me ponía en los zapatos de aquel doctor que tiene cinco pacientes que atender y un solo respirador, y en sus manos está decidir quién vive y quién muere… ¡Espeluznante!
Acá, las autoridades nos hablaron con la verdad. No nos dijeron que al CoVid 19 lo íbamos a combatir con abrazos y “detentes” y que siguiéramos saliendo a los restaurantes y a los bares. Nos dijeron que nos quedáramos en casa, que pensáramos en nuestros abuelos, en nuestros parientes mayores, en los amigos de sesenta años en adelante.
Efectivamente, muchos enfermos de CoVid 19 experimentan el virus como una terrible gripe que te ataca durante tres semanas o un par de días, con tos, dolores de cabeza, fiebres muy altas, dolores musculares, nada de catarro… te sientes fatal, pero sales adelante. Incluso hay pacientes que tienen síntomas muy leves. A otros, en cambio, los ataca insidiosamente y llega a afectar de tal forma sus pulmones que mueren asfixiados lentamente. Se le llama neumonía atípica pero las autopsias están revelando que no es que esas personas tuvieran antecedentes de problemas respiratorios, sino que es el virus mismo el que modifica la estructura del pulmón.
No quiero sembrar más miedo sino conciencia. De hecho, se me pidió que contara cómo vivimos nosotros la cuarentena.
Pues bien, como nuestro confinamiento coincidió con la cuaresma aproveché para seguir mi búsqueda de Dios. Fui bautizada católica y estuve en colegio de religiosas, en el Motolinía, pero mi fe se había ido enfriando con los años y mi devoción se limitaba a una que otra misa al año. Afortunadamente, la tecnología puede ser una gran herramienta y yo me he vuelto una aficionada del YouTube. Gracias a esta plataforma pude seguir diariamente las misas del Papa Francisco transmitidas desde la Casa de Santa Marta en la capilla del Espíritu Santo, en Roma. En verdad agradezco al Santo Padre el que hiciera posible llegar por este medio a todos los hogares para recordarnos que no estamos solos, que Jesucristo padece con nosotros como padeció ya en el Calvario, que Él nos trae la Esperanza.
Afortunadamente, mi esposo ha podido seguir trabajando desde casa todas sus horas, que llegan a ser entre ocho y diez cada día. Mis hijos han continuado con sus clases en la universidad, por supuesto que las cátedras no siempre han tenido la misma calidad que las presenciales, pero, incluso así, ya están a punto de concluir su semestre.
Por mi parte, al principio del confinamiento todavía hacía frío y era acogedor quedarse en casa, mantener la casa limpia, probar recetas nuevas, terminar de leer algunos libros que tenía yo a medias y hacer aeróbicos por lo menos dos veces por semana. También aproveché para trabajar en mi jardín; además, cerca de donde vivimos hay un bosque y desde el inicio del “lock down” ha estado permitido salir a caminar por ahí, siempre y cuando se mantenga la sana distancia y/o se lleve puesto el cubrebocas.
Por las noches, después de la cena, nos sentábamos los cuatro a comentar las noticias o a jugar Catán, un partido de cartas, de Monopoly Deal e incluso, una noche llegamos a jugar póker apostando rollos de papel de baño.
Mis únicas salidas fueron al supermercado para hacer la despensa y comprar también víveres para mi suegro. Él ya tiene casi ochenta años y vive solo, pero por sí mismo decidió que no lo visitáramos. Además, las autoridades reiteraron que evitáramos encontrarnos con personas mayores pues más que un bien, les haríamos un mal. Por lo tanto, simplemente le llevaba yo las compras a la puerta de su casa. También procuramos llamarlo por teléfono todos los días.
En realidad, el confinamiento se puede ver como un regalo: se nos está regalando tiempo para reflexionar, para estar con nuestros seres queridos y para repensar si vamos o no en el camino de vida en que deseamos seguir. A mí me sirvió también para fortalecer lazos de amistad ya que casi cada semana me he conectado al Skype para “reunirme” con dos queridas amigas de la facultad de Letras de la Universidad Veracruzana. Y por WhatsApp me he mantenido en contacto con mis familiares en Xalapa y con todas las xalapeñísimas de mi generación del colegio Motolinía.
A través de esta pandemia nos hemos dado cuenta de que las redes sociales pueden ser una bendición, o todo lo contrario. Nos vinculan con seres queridos, pero el afluente de información sin ton ni son puede causar desasosiego en nuestra alma. En verdad les recomiendo recurrir a fuentes de información confiables: en este caso, las emitidas por los médicos, principalmente.
Desde luego, hay gente que me dice: “Selma, no puedes comparar la realidad de Europa con la de México”. Y les contesto: “Estoy completamente de acuerdo en que son realidades incomparables, en México hay tantos millones de “jornaleros”, gente que no tiene un salario fijo, sino que cada día prueba su suerte y es difícil decirles: “Quédate en casa”. Por eso, aquellos que sí podemos trabajar desde el hogar, tenemos la responsabilidad de hacerlo, pues mientras más gente respete el confinamiento más probabilidades hay de evitar que colapse por completo el sistema de salud”.
Aun así, debo aceptar que la situación en Europa es definitivamente distinta. El gobierno austríaco, por ejemplo, ha dado apoyos económicos para los desempleados, está dando incentivos a los empresarios, etc.
Sin embargo, estoy convencida de que la clave para superar la crisis sanitaria fue un logro de toda la población. Quedarse en casa por un lapso de dos meses impidió que el sistema de salud se colapsara como ocurrió en Madrid o en el norte de Italia. Quedarse en casa y salir solamente a comprar víveres o la farmacia, ayudó a que el contagio -que sí era exponencial en las primeras semanas- fuera disminuyendo y finalmente se aplanara la curva. Hoy, 26 de mayo de 2020, hay 760 infectados en todo el país, es decir, una población de casi 9 millones de habitantes. Se encuentran hospitalizados 139 pacientes y en la unidad de cuidados intensivos hay 31 personas. En total se han recuperado 15,138 infectados desde el inicio de la pandemia y ha habido 608 fallecimientos a causa del Covid.
El fin de semana pasado volvieron a abrir los restaurantes, todo el personal está obligado a utilizar cubrebocas y sólo se aceptan mesas de cuatro comensales. También se han abierto las iglesias aunque únicamente se permiten hasta dos personas por banca, si son de la misma familia.
Poco a poco vamos recuperando la llamada “nueva normalidad”. Con todo, la gente que puede seguir trabajando desde casa está obligada a hacerlo. La realidad es que, hasta que no se dé con un tratamiento más efectivo o se logre crear la vacuna, el CoVid 19 seguirá en nuestras vidas.
Aun así, la divisa debe ser: “Carpe Diem”, aprovechemos al máximo nuestro día, apreciemos nuestras bendiciones y busquemos alternativas. Apoyemos a los médicos y todo el personal del sector salud haciendo nuestra parte, que es quedarnos en casa. “Pero es que me aburro” dirán muchos, más vale aburrirse que contagiarse y exponer la propia vida y la de mis padres, abuelos, hermanos. Además, podemos ocupar este tiempo para revisar el clóset, para probar nuevas recetas, para hacer visitas virtuales a los mejores museos del mundo, escuchar a los grandes de la música clásica, gozar del jazz o de la salsa, según los gustos. Podemos incluir unos minutos de oración o de meditación diaria, llamar a un amigo querido del que tiene tiempo que no escuchamos nada. Organicemos también nuestras reuniones por “zoom” y “Skype” y tomemos una cerveza con amigos que están al otro lado del mundo. Este es el momento de fortalecer lazos y de centrarnos en lo que verdaderamente importa: la salud, la familia, los amigos y nuestra fe.
Ánimo, con la bendición de Dios saldremos todos adelante.
Selma Muñoz Riaño nació en Xalapa, Veracruz y desde hace veinticinco años vive en María Enzersdorf, una ciudad pequeña al sur de Viena, Austria. Con todo, nunca ha dejado de ser una Xalapeñísima.
Publicado originalmente en su versión corta y bajo el título de “Desde Austria, Carpe Diem”, en la edición de junio 2020 de la revista Xalapeñísima
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